Me paré al lado suyo.
Llevaba una blusa de pronunciado escote. Miré de reojo sus senos redondos,
generosos, perfectos que se movían como barcas en un mar agitado al vaivén del
vehículo. La areola de sus pezones se escapaba de la frontera de su pequeño sostén
negro que dejaba poco a mi imaginación. Sentí despertar mi virilidad. Sus
hombros también lo sintieron.
Levantó el rostro de ángel.
Ahorita me arma un
escándalo, pensé, aterrado, pero no, solo esbozó una maléfica sonrisa y apartó
el mechón de cabellos que se derramaba sobre su escote para mejorar mi visión
mientras yo proseguía con mi afán imaginando que le hacía un ruso, sintiendo la
piel tersa y suave de sus senos aprisionando mi virilidad.
Terminé.