23 abr 2014

RELATO.- Sexo gratuito, de Félix Díaz

El anuncio del periódico ponía:

“Sexo gratuito. Chicas y chicos no profesionales”

También aparecía un número de teléfono.

Manolo llamó y le contestó una voz femenina, susurrante y acariciadora:

–Hola, ¿qué deseas?

–Llamaba por lo del anuncio...

–¡Estupendo! ¿Quieres consultar algo, o te doy una cita?

–Bueno, yo... ¿Es cierto que es gratis? ¿No hay algún truco?

–¡Puedes estar seguro, guapo! ¿Por qué no vienes y lo pruebas? ¿Cómo quieres que te llame?

–Puedes llamarme Pepe...

–Bien, Pepe, ¿puedes venir mañana a las once y cuarto? Te explicaré donde estamos. Necesitas un código, apúntalo. ¿Tienes papel y lápiz?

–Sí, aquí lo tengo. Pero, ¡es que yo...!

–No seas tímido, hombre… Sólo vienes y te das un paseo… Tu código es el 265-457, de forma que eres Pepe 265-457. ¿Tienes coche, Pepe?

–Sí, lo tengo.

– Pues verás, sales por la carretera vieja, y...

Al día siguiente, Manolo fue con su coche a la dirección que le habían indicado. No estaba muy seguro de lo que buscaba, porque en realidad sólo pretendía saber de qué iba la cosa, curiosidad, morbo... Si no le interesaba, se iba y punto.

Las señas correspondían a una casa terrera pequeña, junto a una gran fábrica de productos para perros y gatos, “Triskings”; la conocida marca cuyos productos, al parecer, se fabricaban allí al lado.

–¡Qué curioso!– exclamó Manolo.

No había aparcamiento, así que paró un momento frente a la casa y dejó el coche abierto, pero quitó la llave del contacto.

Nada más cruzar la puerta, vio a una preciosa rubia de pecho generoso y muy escotada. Estaba sentada junto a una mesa con un ordenador y un teléfono.

–Hola, soy Pepe 265-457, y tengo una cita para ahora mismo. No he podido aparcar, si esperan unos minutos a ver si localizo algún sitio...

–¡No hay problema, guapo, déjame la llave! ¡Nosotros nos haremos cargo!

Era la misma chica que le había atendido por teléfono.

Manolo le dejó las llaves, y ella se las entregó a un joven que salió por la puerta. La rubia miró a Manolo.

–Bien, veamos, Pepe. ¿cuáles son tus preferencias? Aquí tienes la pantalla, tú elige...

En el ordenador aparecían varias chicas y chicos. Manolo hizo su elección y al poco tiempo apareció la chica elegida, una morena pequeña de labios apetitosos y mirada pícara, que lo condujo por un pasillo totalmente vacío. Llegaron a una habitación y entraron.

–Ponte cómodo, Pepe. ¿Quieres que te la chupe, verdad? ¿No te apetece que te haga nada más?

–Sí, sólo eso...

–¿Prefieres que me quite la ropa o me quedo así?

En ese momento se fijó bajo la finísima bata blanca de seda en el sostén negro, transparente, y en los dos grandes pezones que apenas quedaban tapados. Y la braguitas… mínimas, haciendo conjunto, más provocativas incluso que si ella hubiera estado desnuda.

–¡Hum! ¿Puedes quedarte sólo con la ropa interior?

–Ah, tú eres un fetichista. No hay problema.

La chica se quitó parte de la ropa, se arrodilló y se puso manos a la obra.

Manolo se sentía en el séptimo cielo ¡Nunca le habían hecho una felación como aquella! Si al final era cierto que era gratis, se trataba de algo digno de repetir...

Estaba a punto de correrse... Cerró los ojos.

Al fin, explotó en el interior de la boca de aquella chica. Se sentía débil como nunca, tan relajado estaba.

Algo le hizo abrir los ojos...

¡Ella aferraba un enorme cuchillo de carnicero! ¡Y él no podía hacer nada por evitarlo!

Demasiado tarde, Manolo comprendió por qué estaba aquella fábrica de alimentos para perros y gatos junto a la casita. Ahora sabía dónde conseguían la materia prima...