El
anuncio del periódico ponía:
“Sexo gratuito. Chicas y chicos
no profesionales”
También aparecía un número de
teléfono.
Manolo llamó y le contestó una
voz femenina, susurrante y acariciadora:
–Hola, ¿qué deseas?
–Llamaba por lo del anuncio...
–¡Estupendo! ¿Quieres consultar
algo, o te doy una cita?
–Bueno, yo... ¿Es cierto que es
gratis? ¿No hay algún truco?
–¡Puedes estar seguro, guapo!
¿Por qué no vienes y lo pruebas? ¿Cómo quieres que te llame?
–Puedes llamarme Pepe...
–Bien, Pepe, ¿puedes venir mañana
a las once y cuarto? Te explicaré donde estamos. Necesitas un código, apúntalo.
¿Tienes papel y lápiz?
–Sí, aquí lo tengo. Pero, ¡es que
yo...!
–No seas tímido, hombre… Sólo
vienes y te das un paseo… Tu código es el 265-457, de forma que eres Pepe
265-457. ¿Tienes coche, Pepe?
–Sí, lo tengo.
– Pues verás, sales por la
carretera vieja, y...
Al día siguiente, Manolo fue con
su coche a la dirección que le habían indicado. No estaba muy seguro de lo que
buscaba, porque en realidad sólo pretendía saber de qué iba la cosa,
curiosidad, morbo... Si no le interesaba, se iba y punto.
Las señas correspondían a una
casa terrera pequeña, junto a una gran fábrica de productos para perros y
gatos, “Triskings”; la conocida marca cuyos productos, al parecer, se
fabricaban allí al lado.
–¡Qué curioso!– exclamó Manolo.
No había aparcamiento, así que
paró un momento frente a la casa y dejó el coche abierto, pero quitó la llave
del contacto.
Nada más cruzar la puerta, vio a
una preciosa rubia de pecho generoso y muy escotada. Estaba sentada junto a una
mesa con un ordenador y un teléfono.
–Hola, soy Pepe 265-457, y tengo
una cita para ahora mismo. No he podido aparcar, si esperan unos minutos a ver
si localizo algún sitio...
–¡No hay problema, guapo, déjame
la llave! ¡Nosotros nos haremos cargo!
Era la misma chica que le había
atendido por teléfono.
Manolo le dejó las llaves, y ella
se las entregó a un joven que salió por la puerta. La rubia miró a Manolo.
–Bien, veamos, Pepe. ¿cuáles son
tus preferencias? Aquí tienes la pantalla, tú elige...
En el ordenador aparecían varias
chicas y chicos. Manolo hizo su elección y al poco tiempo apareció la chica
elegida, una morena pequeña de labios apetitosos y mirada pícara, que lo
condujo por un pasillo totalmente vacío. Llegaron a una habitación y entraron.
–Ponte cómodo, Pepe. ¿Quieres que
te la chupe, verdad? ¿No te apetece que te haga nada más?
–Sí, sólo eso...
–¿Prefieres que me quite la ropa
o me quedo así?
En ese momento se fijó bajo la
finísima bata blanca de seda en el sostén negro, transparente, y en los dos
grandes pezones que apenas quedaban tapados. Y la braguitas… mínimas, haciendo
conjunto, más provocativas incluso que si ella hubiera estado desnuda.
–¡Hum! ¿Puedes quedarte sólo con
la ropa interior?
–Ah, tú eres un fetichista. No
hay problema.
La chica se quitó parte de la
ropa, se arrodilló y se puso manos a la obra.
Manolo se sentía en el séptimo
cielo ¡Nunca le habían hecho una felación como aquella! Si al final era cierto
que era gratis, se trataba de algo digno de repetir...
Estaba a punto de correrse...
Cerró los ojos.
Al fin, explotó en el interior de
la boca de aquella chica. Se sentía débil como nunca, tan relajado estaba.
Algo le hizo abrir los ojos...
¡Ella aferraba un enorme cuchillo
de carnicero! ¡Y él no podía hacer nada por evitarlo!
Demasiado tarde, Manolo
comprendió por qué estaba aquella fábrica de alimentos para perros y gatos
junto a la casita. Ahora sabía dónde conseguían la materia prima...